Columnista Invitado
José Alvear Sanín
Invito al amigo lector a cerrar los ojos durante un
minuto para imaginar a Colombia gobernada por un Nicolás Maduro o un Daniel
Ortega.
Encuentro muchos amigos que aseguran que nuestro
país es inmune a la amenaza neocomunista porque nuestra “burguesía” es muy
inteligente. y que el establecimiento sabrá controlar el “proceso de paz” con
la subversión.
Lo mismo decían en Cuba antes de 1969; eso pensaban
en Venezuela antes de 1999 y es posible que eso fuera también lo que opinaban
en Bolivia antes de 2006, en Nicaragua antes de 2007, en El Salvador antes de
2009 y en Uruguay antes de 2010...
Con Japón y Europa agonizantes por sus cunas
vacías, crisis atenuada en los Estados Unidos por la inmigración ilegal,
surge como hecho inevitable el ascenso de China. Sin embargo, el predominio del
dragón no será duradero porque el envejecimiento de su población es
alarmante y porque la terrible política del hijo único, traducida en aborto
masivo y selectivo de niñas, no permitirá luego suficiente renovación
poblacional.
Ante la gravedad del fenómeno, esta semana se
anunció la tolerancia del segundo hijo, cuando uno de los cónyuges no tenga
hermanos, medida arbitraria e insuficiente que no parece tampoco capaz de
reversar la tendencia a eliminar los fetos femeninos.
Sonaba, por tanto, la hora de América Latina: había
llegado el momento para que nuestros países, con abundante población joven
asentada sobre los más pródigos terrenos y los más ricos subsuelos,
irrumpieran como actores de primera línea en la política mundial.
En cambio, impelidos por un secular complejo de
inferioridad, nuestros gobernantes aceptaron dócilmente el camino trazado por
el neoliberalismo, regresivo en lo social y malthussiano en lo demográfico,
que ya se refleja tanto en la pésima distribución de la riqueza como en los
primeros síntomas de envejecimiento poblacional.
En vez de seguir la senda del desarrollo
independiente con el sello de su personalidad histórica, la América
hispanohablante, al contrario del Brasil de ánimo imperial, se va plegando a
otro internacionalismo, el del Foro de Sao Paulo, dirigido desde La Habana, que
conduce inexorablemente al fracaso económico y a la eliminación de las
libertades individuales y de la democracia.
El socialismo del siglo XXI, metástasis del
comunismo soviético, no es capaz de generar riqueza o justicia. Una economía
improductiva solo ocasiona hambre y miseria que deben ser contrarrestadas con
creciente represión. Al consejo de Maduro de no comprar los periódicos que
hablen de escasez, inflación, inseguridad y desempleo, ha seguido otro que
prohíbe la mención de la palabra “saqueo”. Con la reducción del vocabulario
vendrá la mordaza de la libre expresión; luego habrá que expropiar todos los
medios que todavía no sean del gobierno, mientras llega el momento de enviar
al gulag a los que no vean la suprema felicidad que el régimen ha decretado.
La Deutsche Welle Newsletter, el 12 de noviembre
pasado, citaba el deseo de Chávez de “ver a sus compatriotas navegando en el
mismo mar de felicidad en el que navega el pueblo cubano”!!!
Vuelva pues el lector amigo a cerrar los ojos durante
sesenta segundos, para imaginar la nave de Colombia con un capitán parecido a
Maduro, navegando por el mar de la felicidad castrista que nos espera.
***
“Nada alegra más al burgués que la revolución en
casa del vecino” Nicolás Gómez Dávila
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