He invitado hoy a mi querido amigo José Alvear Sanín a participar con su columna publicada en el Periódico Debate sobre un asunto que nos preocupa: la actitud de su Santidad comiéndole cuento a la mitomanía de Juampa.
Cuidado, Santidad, con los malos consejeros
La bien publicitada visitica de 20 minutos del Dr. Santos al Sumo Pontífice, donde se trataron según nuestro gobierno 13 temas (paz, víctimas, sus derechos, justicia, reconocimiento, reconciliación, complejidad de las negociaciones, perspectivas del postconflicto, situación política y social de América Latina), no pudo ser entones un intercambio de opiniones. No pasó de un breve episodio mediático cargado de consecuencias desfavorables para Colombia.
Su Santidad fue excesivamente efusivo (“Usted es la persona por la que más he rezado, mucho, mucho, por el proceso de paz”), y según Santos, dijo: “Estoy disponible e interesado en colaborar en el proceso”, aunque sobre la posibilidad de una mediación, “fue prudente”, porque aunque se “habló de posibilidades, eso tendría que ser algo que saliera de ambas partes”. Para responder a la cordialidad del Pontífice, el Dr. Santos extremó la zalamería y las carantoñas.
¿Cómo es posible que el Papa se comprometa con un proceso repudiado por la generalidad de los colombianos?, a menos que esté muy mal informado y peor aconsejado. Si Francisco supiera que la paz de Timochenko y Santos se basa en la violación de todos los convenios del derecho internacional, en la impunidad por los delitos de lesa humanidad, en la admisión de una conexidad imposible del narcotráfico con los delitos políticos, en el respeto a los capitales producidos por la droga, en la no entrega de armas, en la justificación exaltada de la violencia, seguramente no aceptaría ponerse a las órdenes de Santos con frases tan comprometedoras como: “Lo que yo pueda hacer personalmente, y la Iglesia, cuente con nosotros. Lo apoyamos. Si necesita que tengamos un papel, estamos dispuestos a hacerlo”.
En la misma semana en que el Vaticano se prepara a divulgar una oportuna encíclica sobre la responsabilidad con que debemos preservar el medio ambiente, al Papa no le informaron de los derrames de crudo, que convierten amplias zonas de Colombia en territorios degradados y de casi imposible recuperación
Tampoco le comentan sus malos consejeros que Iván Márquez acaba de señalar a la Iglesia como una de las instituciones que deberán comparecen ante la “Comisión de la Verdad” para explicar su responsabilidad en la generación de la violencia en este país.
Como Jorge Mario Bergoglio pertenece, como yo, a la última generación que se formó dentro de la ortodoxia católica que tenía en la Compañía de Jesús su principal bastión, no puedo dudar de su integridad doctrinal y de su percepción del comunismo como el mayor enemigo de la Iglesia Católica.
Tengo entonces que atreverme respetuosamente a llamar su atención dentro de la doctrina de la corrección fraterna, porque está exponiendo a la Iglesia y al pueblo colombiano a los mayores peligros, con una precipitación ingenua, por decir lo menos, frente a los peores delincuentes de nuestra historia, que no deben ser auxiliados por nadie, y menos por la Iglesia, en su marcha tenebrosa hacia el poder absoluto para ejercer una dictadura totalitaria e irreversible.
Reconozco las excelsas condiciones del Papa, pero en su entorno tiene que estar funcionando un eficaz lobby de pésimos consejeros en relación con los asuntos colombianos. No hay que ser muy perspicaces para señalar a los contradictorios prelados dentro de la Conferencia Episcopal Colombiana y a los jesuitas extraviados en la Teología de la Liberación, que imperó durante el generalato del padre Arrupe, tan alejado del espíritu de san Ignacio, como los integrantes de esa cábala.
Afortunadamente, el actual Pontífice con frecuencia recoge velas y rectifica valerosamente cuando, por su generosidad y bonhomía, se deja llevar de emociones pasajeras, como las que indican sus excesivas palabras durante la cortica entrevista con nuestro ladino presidente.
El rincón de Dios
“El que hiciere hoyo caerá en él; y al que aportillare vallado, le morderá la serpiente.” Eclesiastés 10:8.
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