Despedida
El mes de diciembre pasado falleció nuestro compañero y amigo el General y Capellán durante mucho tiempo de las Fuerzas Armadas, Monseñor Ariel Gutierrez. Compañero en penas y alegrías de una tertulia en la que participaba con inmenso cariño.
Como me faltan palabras para expresar el pesar por la desaparición del amigo me tomo la libertad de publicar su historia que poéticamente relató Krysitian Gómez, en su funeral.
Por las rutas agrestes de mi patria
acompañada de tiples, bambucos y guitarras
se sembró Salamina en la montaña.
Y en esa tierra noble y altanera
una mañana azul de viento cálido
en una casa de balcones floridos y paredes blancas…
El llanto de un nuevo niño se escuchaba.
Fueron las calles empedradas, las tapias y cañadas, testigos de su infancia,
una infancia simple, alegre y con Dios de compañero,
ese Dios sabio e infinito… que la mano le brinda al que le ama,
y que a él se le fue metiendo por el alma.
Desde niño cambió los balones, los yoyos y los trompos,
por juegos de misas y sotanas,
y en su corazón estaba plantando la palabra
que la presencia divina de Dios le señalaba.
Su padre y su madre, patronos de su infancia…
al seminario lo vieron partir una mañana;
se iba su hijo al encuentro don Dios,
y con una bendición sobre la frente:
Juan de Dios, Magola, Bertha y Gustavo,
con el corazón y con todo amor se lo entregaban.
Y pasaron los meses… y en ese noble corazón de niño…
se fueron forjando los sueños e ideales,
como se curte la miel en los trapiches
y se madura el café en los cafetales,
le fue entregando su vocación al cielo,
desprendiéndose de lo material y los pecados.
La vida le trazaba el camino del servicio…
del servicio a su patria,
Y con Dios en el alma y Cristo en la garganta,
se colgó el uniforme de soldado
se puso sus botas de combate,
se llevó su misal como única arma…
y predicó la palabra del Señor
por todos los campos de batalla.
Muchos soldados heridos en la guerra,
muchos militares ascendidos al cielo
recibieron de su Capellán la bendición que Dios le puso en sus manos
para mitigar su dolor y las penas del alma.
Por su digna misión en esta tierra
se fue lleno de honores, amigos y nostalgias,
y poco a poco sin darnos cuenta,
se convirtió en el Monseñor de nuestra Iglesia…
y en el noble General de la comarca.
Y no fueron lo soles que brillaron en sus hombros
ni siquiera las púrpuras cintas que arroparon sus espaldas…
fue su noble corazón su entrega eterna,
sus sabias enseñanzas sus consejos,
su presencia oportuna en todos los momentos…
cuando el corazón se arruga o se entusiasma.
Es por eso mi General, Excelentísimo Monseñor, o amigo Ariel
que estamos aquí en comunión todos los suyos,
y desde el cielo con usted, los que ya partieron,
sentados en su barrera celestial,
sacando pañuelos y banderas
pidiéndole al Señor, máximo jefe
le conceda todos los trofeos,
por esa gran faena de su vida…
Una vida de amor, de ejemplo y de esperanza.
Que Dios te bendiga y tenga en su reino, amigo Ariel.
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