martes, 14 de octubre de 2014

Discurso en Valparaiso en el centenario del Magnicidio de Rafael Uribe Uribe

Agradezco a las autoridades de Valparaiso y al Dr. Gonzalo Gaviria por este homenaje que se brinda a nuestro abuelo Rafael. Solo ustedes y la Universidad Libre se interesaron con antelación en recordar esta fecha dolorosa para la patria.
Profundizar sobre la vida de Uribe Uribe hoy no es mi propósito, es tarea que cabe a historiadores que han dedicado su tiempo y esfuerzo a analizarla. Creo que pocos la han estudiado con tanta profundidad como el Dr. Otto Morales Benitez que no pudo hoy acompañarnos, pero lejos estoy de no reconocer otros investigadores. 
Confieso que en mis tertulias con Otto en Bogotá a finales de la década de los sesenta, fue donde aprendí a distinguir entre la vida militar de Rafael Uribe que es la referencia y grado por la cual se le conoce, y la de Pensador que en escasos círculos se analiza y comenta; pero a su nombre le dio más pantalla ser guerrero que gestor de ideas.
Quiero destacar algunos aspectos de su vida que dejan huella e impactan por su contundencia. 
Uno de los principales es sin duda su pensamiento social tan prolijo que no hay tiempo de profundizar. Me limito a mencionar que sus propuestas de inicios del siglo XX vuelven a discutirse en el Congreso 40 años después y hoy son base fundamental del actual régimen laboral colombiano. Otro de sus planteamientos en este campo es el de la reforma agraria que 15 años después inspira la ley 200 de Alfonso López Pumarejo que no prosperó, lamentablemente.
Todo ello obliga a mirar con detenimiento muchas otras de sus propuestas y escritos. Uno de ellos, Por la America del Sur,    publicado en una época donde las comunicaciones eran precarias, hace difícil imaginar como reunió tal cantidad de información y adaptó a las condiciones de nuestra patria una propuesta para promover su desarrollo.  
Tardaría días tratando de escudriñar la universalidad de su pensamiento cuando examina por ejemplo Los Problemas Nacionales donde trata a profundidad los temas de la paz interna, el militar, la moneda, el crédito, el sistema tributario, el analfabetismo, el universitario, la higiene, el sufragio, los partidos políticos, el parlamento, el jurídico, la autonomía seccional y municipal, la prensa, las vías de comunicación, la población del suelo, la reducción de los salvajes, el topográfico, las aguas y florestas, la estadística, el industrial, el trabajo, la vagancia, el demográfico, la asociación, y la alegría. Si sus propuestas hubiesen sido puestas en práctica en esa época y no años después, o permanecieran rezagadas, Colombia sería líder de nuestra región. 
Ni que hablar de su labor parlamentaria, la lectura de sus discursos revive el pensamiento e invita a profunda reflexión. Su correspondencia íntima y política inspira una vida sin tacha, un ejemplo de comportamiento, una enseñanza del ejercicio de la virtud, del trabajo y del amor por la familia y por la patria.
No cabe duda, de General a Pensador hay una distancia inmensa en este patricio.
No puedo dejar pasar por alto el hecho de que estando en prisión escribió el Diccionario Abreviado de Galicismos, Provicionalismos y Correcciones del Lenguaje, que no es tan abreviado pues consta de 467 páginas, excelente guía de consulta para quienes a veces nos da por escribir barrabasadas. ¿Y que tal De como el Liberalismo Político Colombiano no es Pecado en clara respuesta a la condena que de los liberales hace Fray Ezequiel Moreno, Obispo de Pasto? Su argumentación despeja cualquier duda sin culpar a la Iglesia.
Para mi gusto, de sus escritos llaman la atención dos piezas magistrales, quizás no tan brillantes como la carta que le dirige al doctor Alberto Ulloa en Lima sentando un precedente de las relaciones internacionales de nuestro país, de la que tomo este aparte: “Con la resonancia dada a mi discurso, no habrá en adelante un solo peruano que ignore la notificación de Colombia: el laudo español es irrito y nulo en todo lo que nos perjudique. Con el laudo como título no podrá irse a tomar posesión de aquello a que nosotros creemos tener derecho” o como los discursos que en Suramérica le hicieron famoso en la Conferencia Panamericana de 1906 en Río de Janeiro o en el Congreso Científico Panamericano en 1908 en Santiago de Chile; pero a los que me refiero, más modestos, en pocas palabras resumen su estilo de vida y su pensamiento, estos son: 
Su propia defensa por la muerte del soldado Resurrección Gómez a quien dio de baja por sublevarse en el Punto de Partidas del Distrito del Retiro, para evitar la desmoralización de sus tropas y la rebelión colectiva, de la cual tomo estas frases: “Yo aspiraba a formarme una reputación tal de rectitud y honradez, que ante ella sola y sin más pruebas cayese aniquilada toda imputación calumniosa de crimen o acción perversa. Al fin conseguiré que así sea, porque yo se levantarme cada día queriendo con voluntad enérgica y tenaz lo mismo que he querido y querré el siguiente; al fin lo conseguiré, porque, sea cual fuere vuestro fallo y el de la sociedad, no tendrán poder bastante para apartarme de la línea de conducta que me he propuesto seguir. Por el contrario, la calumnia y las grandes pruebas de existencia son como los venenos de Mitríades: si no matan de una vez, hacen al paciente invulnerable; y como saldré intacto de este juicio, ya no temeré para en adelante que las acusaciones de los perversos me derruequen”. Sigue en ese orden una argumentación irrepetible con la cual consigue la absolución de un jurado integrado por sus adversarios.
Otro que me seduce es El Mayor Flagelo, un grandioso llamado a la consciencia nacional. Lo escribe en Rio de Janeiro en 1907 y es dirigido a los fundadores de la revista literaria Albores quienes lo invitan a participar en ella a través de su pluma. Para sustentarlo regresa a su grado de abogado cuando pregunta a su profesor, el Dr. Escobar: “Bueno doctor yo le aprendí cuanto pude de lo que usted tuvo a bien enseñarme… ¿Tiene usted algún consejo práctico que darme? La respuesta fue demoledora: “Como no Rafael… guarde los códigos en el fondo del baúl, o mejor véndalos, o regálelos, y tome otro oficio” A los señores Arenas y Rivas, redactores de la revista, les da similar consejo: “Dejen la revista, dejen la literatura, y tomen otro oficio.” En su extenso escrito después de hacer un estudio de mercadeo de sus posibles lectores, critica la pasión de los colombianos por hacer versos en contraste al esmero con que los demás países de continente se dedican a la producción, de los cuales, uno a uno, destaca sus principales productos. Les cuestiona duramente su inactividad en beneficio de la patria con preguntas como esta: “¿Ya fueron a los campos a ver si el azadón está reemplazado por el arado y si este penetra en la tierra una pulgada más que antes?” Y con erudición recorre cada una de las necesidades de la patria en todos los temas. Casi al terminar se viene con esta andanada que invita a la meditación: “La vida solo concede sus favores al que le alega directamente, no al que la solicita por terceros o intermediarios. El contacto con la naturaleza, mal puede verificarse a través de los libros, ni desde los gabinetes de los plumarios. Hay que buscarla donde ella está: Y esa espléndida naturaleza de nuestro país, que los rodea y se les mete por los ojos, es la que ustedes no conocen. En lugar de ver se ponen a imaginar, ignorando que jamás esto valió lo que aquello, aún desde el mismo punto de vista literario.” 
Me hubiese gustado traer a colación otras piezas de sus escritos, insertar muchas citas memorables, profundizar en su pensamiento en todo lo que tenía que ver con el progreso de la patria; si lo hiciera, me tomaría todo este fin de semana.
Un Uribe algo lejano de parentesco, pero muy cercano de corazón, el Padre Diego Uribe Castrillón, inspira esta plegaria in memoriam de Rafael Uribe Uribe, general, estadista y víctima.
Cien años ya de un horrendo crimen. Toda vida que se siega es siempre crimen y siempre horrendo, pues la vida es don de Dios y camino de misericordia. 
Al recordar los cien años del sacrificio de Uribe Uribe, hemos de suplicar al Dios siempre misericordioso, que su espíritu, elevado, digno, de nobleza luminosa, de dignidad sin tacha, esté gozando del Reino de los Justos; que su vida inmersa en las convulsiones de la Patria, se vea ahora coronada no por el laurel que se marchita, sino por la diadema de olivo con la que se premia a quien vence.
El General venció, cuando todos pensaron que había sido vencido, triunfó ungiendo con su sangre el que debía ser el templo de la democracia, levantó su bandera cuando todos pensaban que recogían despojos. El General sabía que la espada podía ser guardada, que la lucha fratricida podía ser convertida en un río de clemencia, de dignidad, de esperanza.
Rafael Uribe Uribe, dos veces ornado con un apellido que no necesita crisoles de nobleza porque los encarna, ha de estar muy cerca de los gloriosos mártires que llevan este honroso blasón: de San David Uribe Velasco, sacerdote mexicano que, en la crueldad de la guerra contra la fe, prefirió la muerte a la deshonra de la apostasía; de la Beata Feliciana de Uribe y Orbe, religiosa española que prefirió la muerte porque vio en la crueldad de sus verdugos de la guerra civil la saña con la que el mal persigue la bondad y la inocencia.
Este Pensador ha de seguir oteando desde el Reino de la Justicia, para que en esta tierra que lo vio nacer, que lo vio luchar, en la que entregó su vida, puedan reinar un día la paz y la justicia. El General Rafael nos ayude a recordar que la vida es sagrada, que la paz no se comercia, que la justicia no se juega, que la fe no se pierde, que la esperanza no se acaba.

Con la voz de los abuelos digamos simplemente: Qué Dios lo tenga en su gloria.  Amén.

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