lunes, 27 de junio de 2011

CRONICAS DE VIAJE
Fuimos a parar a Europa por un asunto familiar; pero se fueron dando las cosas y tuvimos experiencias espirituales inesperadas, como la visita al Santuario de la Virgen del Pilar donde nuestra Madre aún viva, alrededor del año 40 de nuestra era, se apareció sobre una columna de mármol al Apóstol Santiago para darle fuerzas en su tarea evangelizadora en España. Creo que fue la primera bilocación conocida. Hicimos una reunión admirable con el Padre Justo, gran conocedor y estudioso de las apariciones de Garabandal y los mensajes que allí dio la Santísima Virgen, que son tema extenso para oportunidad posterior. Pocos días después fuimos, casi accidentalmente, al Santuario de Fátima, otra experiencia sorprendente.
Habíamos planeado asistir a la beatificación del Papa Juan Pablo II por el cual profesamos gran admiración; pero he ahí las cosas de Dios, se dio a cambio la posibilidad de visitar Tierra Santa en plena Semana Mayor. Fue maravilloso seguir el camino de Jesucristo. La celebración de la eucaristía en cada uno de los lugares santos, con la lectura correspondiente a alguno de los sucesos ocurridos allí, fue edificante. En cada eucaristía pedía que el Espíritu Santo iluminara mi camino futuro.
Llegamos a Belén a visitar el lugar del nacimiento del Niño. Como la Iglesia donde se encuentra el Portal pertenece a los Cristianos Ortodoxos, la eucaristía se celebraría en la Iglesia donde está la Gruta de la Virgen de la Leche; pero la suerte no nos acompañó. Por un ligero adelanto en nuestro horario, estaba ocupada por otros peregrinos. Recurrimos a otra iglesia pequeña, la del Buen Pastor. Las eucaristías en los lugares santos nos eran de gran significado; pero por alguna razón, para mi personalmente, estar celebrando el nacimiento del Niño, me impactó. Transitaban por mi mente las dificultades de María ese día al no ser admitida en la posada, después de un largo trayecto de camino, e iba más allá, meditaba en la infancia de Jesús: las tribulaciones en la huída a Egipto, la presentación en el Templo cuando la Sagrada Familia había regresado a Nazaret, distancias enormes en esa época.
En el momento de la elevación ya mi mente daba vueltas a gran velocidad, me cuestionaba de manera profunda: ¿Qué he hecho en mi vida? ¿He servido al Señor de alguna manera? ¿Qué debo hacer de ahora en adelante? Tal vez el ego de pequeñas realizaciones me obnubilaba y me impedía concluir o evaluar la pequeñez de mi entrega. La elevación termina y como tal, repasaba la muerte y resurrección del Señor. En ese momento algo me pasa, sería pretencioso decir que fue una visión, mucho menos una aparición. Tampoco puedo asegurar que haya escuchado voz alguna; pero de alguna manera desaparecen de mi mente todos los ruidos externos, incluso los del sacerdote celebrante, desaparece también todo lo que me rodea, mi esposa, los otros peregrinos, la arquitectura de la iglesia. Y con fuerza llega a mi un mensaje de forma inmaterial que soy incapaz de describir; pero se me graba en forma indeleble. “Tu trabajo con los niños que tanto quieres, es una tarea que apenas empieza; tu labor de evangelización es pobre, especialmente en los barrios donde pretendes trabajar y necesita un refuerzo importante, también en el entorno donde te desempeñas”. Fue tan de improviso y quedé tan pasmado que no me atrevía a comentarlo ni con mi esposa; pero de algo estaba seguro: El mensaje estaba vivo ahí y me tenía realmente excitado. Al recibir la comunión, no sabía si dar gracias o simplemente tener el valor de pedir perdón.
El Señor no deja sus cosas inconclusas, quería darme otra prueba y resultó algo también imprevisto: la visita al Santuario de Lourdes, con un cierre esplendoroso, una eucaristía celebrada por 70 sacerdotes, finalizando después de una travesía por los Pirineos con una escala en Trillo en la Comunidad de la Sagrada Familia, que es algo muy especial y mi esposa y yo apreciamos y valoramos con todo nuestro corazón. En la parte central de la capilla del Santísimo Sacramento hay una imagen de Nuestra Señora de la Paz de Medjugorje, santuario que habíamos visitado un par de años atrás. Este cuadro tiene su historia en la cual no me detendré. Pero siempre me ha impresionado. Cuando entras a la capilla, donde quiera que te ubiques, parece dirigirte su mirada. No solo a mí, a cualquiera de la personas que allí se encuentren.
Estaba haciendo la visita al Santísimo; pero era incapaz de apartar la mirada de la Virgen y en medio de la adoración, ella empezó a mover sus labios como si me hablara. Varias veces cerré los ojos; pero fue inútil, cada que los abría, la Virgen parecía hablarme de nuevo. Salí de la capilla, sin poder terminar la Adoración, algo que hice un poco más tarde. Al llegar a casa en Madrid y rezar el Rosario, pedí con fe la revelación de que quería decirme y otra vez un mensaje se gravó en mi mente: “Ora, ora, ora” y paralelamente como si fuese una voz masculina, esculpía en mi mente, “Yo soy la Misericordia, sígueme”.
El rincón de Dios
Pedí fuerzas... y Dios me dio dificultades para hacerme fuerte.
Pedí sabiduría... y Dios me dio problemas para resolver.
Pedí prosperidad... y Dios me dio un cerebro y músculos para trabajar.
Pedí coraje... y Dios me dio obstáculos que superar.
Pedí amor... y Dios me dio personas para ayudar.
Pedí favores... y Dios me dio oportunidades.
“No recibí nada de lo que pedí... pero recibí todo lo que precisaba". P. Dennis

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